domingo, 11 de octubre de 2009


MINICUENTOS DE LUIS CHAVEZ FOCIL


Escritor tabasqueño, avecidado en Minattilán y retornado al lugar de origen: Frontera, Tabasco. No acepta entrevistas, ni pagadas. Está a gusto con la fama conseguida por la vida: quedarse solo con la literatura. Porque las mujeres ni en cuenta, salvo por necesidad urgente.

Los cuentos que aquí presentamos se encuentran en el libro Deletreando Sirenas, 2002.



REMINISCENCIAS.



La prostituta aquella gustaba de mostrarse por las playas en un ir y venir cadencioso. Se ofrecía a precio alto, haciendo el cuento de en otras vidas ella fue sirena. Debía ser así, porque del ombligo para abajo, todo le olía a pescado.



LOS AVISPADOS


Y cuando la pequeña Lulú contrajo una gonorrea, sumió a Tobi en el más profundo de los caos. Entonces todos los niños del mundo preguntaron: Papá, ¿qué cosa es caos?






LOS QUE TUVIERON ALAS


Había una vez un ángel que tenía una amante, y entonces Dios le dijo:

-¡Eh ! ¿Qué haces? ¿Por qué tienes un amante? Y el ángel contestó:

-Señor, estoy muy solo; a esa mujer la encontré en el Paraíso, igualmente sola, de manera que pensé...

-¡Insensato! -respondio, el Creador. ¡Ninguna mujer puede ser amante de mis ángeles, aunque se encuentren muy solos!

-Pero Señor...

Y Dios se fijó en la mujer. Era bellísima, alta, distinguida, de cabellos dorados y ondulados; tendría unos diecisiete años de edad. El Señor pensó: "Es hermosa", pero acto seguido los expulsó del cielo.

Desde esa vez, el ángel y la mujer andan juntos: ella, convertida en "María"vende pepitas en la calle y él es trompetista ambulante.

miércoles, 7 de octubre de 2009


División de la literatura según Ernesto San Epifanio:




En Los detectives salvajes Roberto Bolaño pone en boca de uno de sus personajes, Ernesto San Epifanio, una clasificación de la literatura y los literatos en México. Según el diario de Juan García Madero, para Ernesto San Epifanio la literatura quedaba dividida en heterosexual, homosexual y bisexual. “…Las novelas generalmente eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual, los cuentos, deduzco, eran bisexuales, aunque esto no lo dijo”.
Y continuó contándole a Juan García Madero:
“Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Witman, por ejemplo, eran un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake eran maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas.
–En nuestra lengua, claro está –aclaró-; en el mundo ancho y ajeno el paradigma sigue siendo Verlaine el Generoso.
Una loca, según San Epifanio, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y viceversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Alexandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica, respectivamente. Los poetas tipo Carlos Pellicer eran, por regla general, bujarrones, mientras que poetas como Tablada, Novo, Renato Leduc eran mariquitas. De hecho, la poesía mexicana carecía de poetas maricones, aunque algún optimista pudiera pensar que allí estaba López Velarde o Efraín Huerta. Maricas, en cambio, abundaban, desde el matón (aunque por un segundo yo escuché mafioso) Díaz Mirón hasta el conspicuo Homero Aridjis. Debíamos remontarnos a Amado Nervo (silbidos) para hallar a un poeta de verdad, es decir a un poeta maricón, y no a un fileno como el ahora y famoso y reivindicado potosino Manuel José Othón, un pesado donde los haya. Y hablando de pesados: mariposa era Manuel Acuña y ninfo de los bosques de Grecia José Joaquín Pesado, perennes padrotes de cierta lírica mexicana.
– ¿Y Efrén Rebolledo? –pregunté yo
–Un marica menorcísimo. Su única virtud es la de ser ni no el único, el primer poeta mexicano que publicó un libro en Tokio, Rimas japonesas, 1909. Era diplomático, por supuesto.
El panorama poético, después de todo, era básicamente la lucha (subterránea), el resultado de la pugna entre poetas maricones y poetas maricas por hacerse de la palabra. Los mariquistas, según San Epifanio, eran poetas maricones en su sangre que por debilidad o comodidad convivían y acataban –aunque no siempre- los parámetros estéticos y vitales de los maricas. En España, en Francia y en Italia los poetas maricas han sido legión, decía, al contrario de lo que podría pensar un lector no excesivamente atento. Lo que sucedía era que un poeta maricón como Leopardi, por ejemplo, reconstruye de alguna manera a los maricas como Ungaretti, Montale y Quasimodo, el trío de la muerte.a
A –De hecho –prosiguió imperturbable San Epifanio-, Muerte sin fin es, junto con la poesía de Paz, La Marsellesa de los nerviosísimos y sedentarios poetas mexicanos maricas. Más nombres: Gelman, ninfo, Benedetti, marica, Nicanor Parra, mariquita, Girondo, mariposa, Rubén Bonifaz Nuño, bujarrón amariposado, Sbines, bujarrón abujarronado, nuestro querido e intocable Josemilio Pe, loca. Y volvamos a España, volvamos a los orígenes –silbidos-: Góngora y Quevedo, maricas; San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, maricones. Ya está todo dicho. Y ahora, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con su padrote del alma. Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una estaca removiéndoles las entrañas y cuando se miran en un espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren en sus propios ojos hundidos la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para los maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad). Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que los maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras.”
A –Y Cesárea Tinajero, es un poeta maricona o marica? –preguntó alguien. No reconocí la voz.
A –Ah , Cesárea Tinajero es el horror –dijo San Epifanio.
(Roberto Bolaño. Los detectives salvajes. Barcelona, Anagrama, 2009 pp. 83-85)

domingo, 4 de octubre de 2009

Nietzsche y la poesía [1]
Samuel Pérez García

“La poesía occidental nació aliada a la música;
Después, las dos artes se separaron y cada
Que se ha intentado reunirlas el resultado ha
Sido la querella o la absorción de la palabra
Por el sonido. Así, no pienso en una alianza
Entre ambas. La poesía tiene su propia
Música: la palabra. [Octavio Paz.
El arco y la Lira. p.86]



1.- El antecedente riguroso: Platón y la poesía
Poesía es creación, arte por la palabra. A sus artistas se les denomina poetas. Tanto a la poesía como a los poetas el pensamiento griego los excluyó no sólo como arte y artistas verdaderos, sino como oficio y conocimiento indignos de ser enseñados/aprendidos por los futuros gobernantes de la república ideal. De embaucadores e imitadores de la idea primordial acusó Platón a los poetas. Egregio filósofo este que antes de serlo había cultivado la poesía. Tal vez por eso no cerró definitivamente la puerta de acceso para aquella, cuando ofreció a los amigos de la poesía que demostraran que no sólo sería grata sino también provechosa para el Estado y para la vida del hombre. Dijo: “Démosle también a sus defensores, a esos que no son poetas, pero sí amigos de la poesía, la posibilidad de probar su razón, aunque sea en prosa, demostrando a la vez que la poesía no sólo es grata sino provechosa para los regímenes políticos y la vida del hombre” [2].


2.- Identidad y diferencia: poesía y filosofía
Esta oposición a la poesía no fue privativa de Platón. De antaño venía la pugna entre la esencial actividad del hombre: la poesía o la filosofía. Pero es a partir de este griego, cuando los campos quedan separados para nunca más fundirse, pese a tener ambas afinidades y pretender, desde su propia perspectiva, resolver el problema del ser. La filosofía indaga por vía de la razón y así nutrida nos ofrece en una arquitectura racional su explicación; en la poesía la razón se relega como instrumento fundamental de la creación sin que por eso pueda decirse que no está presente. Simplemente para ella es el lenguaje la vía propicia de su expresión: la emoción. Pero cada una tiene al hombre como referente, aunque apunten a aspectos distintos. Así, nacidas del ser, emigran en sentido contrario[3]. La poesía anida en la soledad y en la nostalgia, zumba cual viento que arrulla al hombre en su fortaleza de tiempo ido. Recupera lo olvidado y lo actualiza en la memoria. La filosofía, en cambio, clama por el ser, ahonda en lo inescrutable de su progenie: el ser de donde vino. Habla entonces del ser, en su unidad; de su inmutabilidad eterna, de aquello que lo explica como orientación natural del hombre: el saber, su inclinación de siempre. La poesía no es eso ni lo será; acaso una llama inesperada que busca el corazón, el sentimiento; de ahí su irracionalidad, según dijo Aristóteles. La filosofía es distinta. Ella quiere ser el fuego eterno, la razón que buscada con afán, es encontrada y tomada como asidero para existir. Sin razón alguna que respalde su intervención en la vida, la poesía se acerca tímida, silenciosa, a indagar por las penas del hombre. No para curarlo de su mal ni para su consuelo necesario sino más bien para que sepa que el dolor es también otra manera de ser, cosa que a Platón no le pareció patente. Así ha andado siempre la poesía: toca puertas cual vendedora de productos del ser, visita casas donde la reciben y orea con su presencia las almas que a ella se acercan. Bebe del dolor de los otros porque ella es en sí misma dolor. No así la filosofía. Enfundada en su saber no busca a quiénes ha de ganar. Ella los espera plácida bajo un árbol o un aula con suficiente luz, y ahí enseña su racionalidad, su ética, su episteme, su manera intelectual de ser.


3.- Atisbo de un problema no resuelto: ¿Filosofía y poesía puras?
¿Poesía y filosofía no son aspectos de una misma materia: el pensamiento por el ser que es, pero cada una con un tratamiento diferente? Pongamos por caso un texto de filosofía como La República o Así Hablaba Zaratustra. ¿Son filosofía pura? ¿No hay poesía en las dos obras o en algunos pasajes como el mito de la caverna, o en esa frase nietzschiana que dice “Yo solo creería en un Dios que supiera bailar”, por ejemplo? Un poema es un mundo de palabras con significado distinto al literal en tanto poema, pero, ¿no contiene una cierta filosofía? Luego entonces, ¿deberemos continuar con la tradición de entender y explicar la filosofía desde ella misma y la poesía por el mismo modo, sin buscar qué es lo que las une o las separa? Decir lo que Nietzsche dijo respecto de ese Dios que supiera bailar no es un mero decir. Hay en la frase un sentido profundo que más que filosófico se acerca a lo poético, pero a través de la trasgresión: propone la creencia en lo indecible: dios bailando danzón: creer en él porque es igual que nosotros: porque goza y sufre. Pero dentro de la concepción tradicional del Dios cristiano, esto es un desacato. Dios ni bailó ni se rió: amó, eso sí, intensamente[4]. Pero Nietzsche insiste: si Dios ha muerto, ¿cómo creer? De ahí su propuesta nihilista: creer en un Dios que sepa bailar; es decir: no la danza comúnmente percibida sino el estado orgiástico del espíritu de Dionisio ante el hombre.

4.- Ser filósofo implica ser poeta
La filosofía tiene al menos una acepción inicial: amante del saber. Otra la refiere en sus sentidos amplio y estricto. En el primer caso (amplio) se comprende lo filosófico en tanto uso de razón y la actitud que el hombre asume ante su existencia y cómo vislumbra la de los demás. En el segundo caso (estricto) se limita al quehacer profesional de los que hacen filosofía, cuya tarea requiere erudición filosófica, pero más que nada cierta vocación. La filósofa española María Zambrano agrega otra cualidad sin la cual no se puede llamar filósofo a alguna persona. Es la de ser también poeta. No en el sentido de escribir poesía, sino en el de estar endiosado, inspirado, para saber crear con la palabra. Quiso decir que el filósofo no debe tener sólo inspiración sino además saber usar las palabras exactas para decir eso que la razón le dicta. Y si esto es así ni Platón ni nadie que proscriba a la poesía tendrá razón.


5.- Los instintos del artista: lo apolíneo y lo dionisiaco
En El Nacimiento de la tragedia (título que en otras traducciones de las cuales no dispuse aparece, acaso más propiamente si atendemos a su asunto, como El origen de la tragedia) Nietzsche indica que al igual que el artista que construye un mundo aparte por la vía del sueño y lo vive como si fuera real, aunque supone que sólo es una bella apariencia de algo más primordial, así el filósofo supone que por debajo de la realidad que vive yace oculta otra distinta, lo que significa que la realidad evidente es un engaño[5]. Desde luego, lo que el artista experimenta no son únicamente los aspectos agradables sino también las cosas serias, y las oscuras y las tristes, y los miedos y las zozobras; en pocas palabras: junto a lo bueno yace el infierno, pero no sólo como un juego de sombras, sino como viviéndolo en su totalidad. La sociedad que supo expresar este sentido dicotómico de la vida fue la griega, a través de dos de sus dioses: Apolo y Dionisio. Nietzsche estudia los rasgos apolíneos y dionisiacos manifestados en el arte. Lo apolíneo representa el principio de individuación, la cultura instituida dentro de una vida normal, la unidad de la realidad, cuyas expresiones básicas las tenemos en el sueño; lo dionisiaco hace reflejar en el hombre su lado oscuro, sus fuerzas malignas, caracterizadas por la embriaguez como su estado natural. Aquí el hombre posee un rostro desconocido, que lo llega a confundir hasta de sí mismo. Es la pérdida de su individuación. Así, si lo apolíneo ubica al hombre en su realidad en lo moral y racional, lo dionisiaco lo conduce a romper con lo establecido, con la buena razón y su lógica moral. Uno y otro son modos de percibir la existencia no en su habitual manera sino de concebirla ligada al arte, que es, según Nietzsche, lo que hace posible y digno el vivir. Estas dos fuerzas que se reflejan tanto en la naturaleza como en el hombre es un descubrimiento del genio de los poetas griegos, quienes supieron interpretar y promover su inteligencia mediante la tragedia -mucho antes que los filósofos proscribieran la poesía y la ubicaran como irracional-, para salirle al paso a la necesidad de explicarse la presencia de “mal” y “bien” en la vida individual y colectiva del hombre.


6.- Nietzsche y la poesía
Pero Nietzsche que aceptó que la mitad de toda la poesía está preñada por lo onírico, y que además reconoce a la literatura griega como una creación artística dominada por lo dionisiaco, no concibe sin embargo a la poesía con la misma importancia que a la música. A esta la concibió como la auténtica idea del mundo y a la poesía la ubicó en un plano imperfecto, pues desde su punto de vista la poesía sólo de manera indirecta llega a descubrir la intimidad del mundo. Dice: “¿Que cosa análoga” [a lo que ofrece la música] “podría ofrecer el poeta de las palabras, que se esfuerza por alcanzar aquella ampliación interior del mundo visible de la escena y su iluminación interna con un mecanismo mucho más imperfecto, por un camino indirecto, a partir de la palabra y el concepto?” [6] Y más adelante expresa: “La relación de la música con el drama es cabalmente la inversa: la música es la auténtica Idea del mundo; el drama es tan sólo un reflejo de esa Idea, una aislada sombra de la misma.” [7]
Pero, además, la idea de poeta que Nietzsche maneja en la obra que estamos abarcando, no está reducida al aspecto meramente lírico, o sea: al creador de poemas. No. La idea de poeta que Nietzsche concibe está en sentido amplio; es decir: creador, y específicamente creador de tragedias[8] donde la vida sufre vuelcos imprevisibles, aparentemente carentes de sentido. Oigámoslo cuando habla del poeta Sófocles:
“El hombre noble no peca, quiere decirnos el profundo poeta” [se refiere a la obra “Edipo”]; “tal vez a causa de su obrar perezca toda ley, todo orden natural, incluso el mundo moral, pero cabalmente ese obrar es el que traza un círculo mágico y superior de efectos, que sobre las ruinas del viejo mundo derruido fundan un mundo nuevo...como poeta primero nos muestra el nudo prodigiosamente embrollado de un proceso, nudo que el juez va desatando lentamente, lazo tras lazo, para su propia perdición” [9].
Asimismo, concibe al poeta como un hombre capaz de mirar mas allá de la naturaleza que tiene enfrente. Y lo hace porque en él no sólo prevalece lo apolíneo sino que, en tanto artista, yace también en él la fuerza de lo dionisiaco, la cual le permite prefigurar y reconfigurar lo que ante sus ojos tiene. Dice: “la concepción toda del poeta no es otra cosa que justo aquella imagen de luz que la salutífera naturaleza nos pone delante, después de que hemos lanzado una mirada al abismo” [10]. Y no: la poesía se crea también desde el abismo.
Esta facultad creadora que el poeta posee no proviene de su inteligencia conciente, sino es producto de una fuerza desconocida que lo hace su presa, a tal grado que lo lleva al delirio. Al respecto, comenta: “de la facultad creadora del poeta, en la medida en que no es la inteligencia consciente, también el divino Platón habla casi siempre sólo con ironía, y la equipara al talento del adivino y del intérprete de sueños; pues el poeta [dice Platón], no es capaz de poetizar hasta que no ha quedado inconsciente y ya ningún entendimiento habita en él” [11].
Precisamente esta versión de que el poeta vive y experimenta no el mundo actual sino otro que construye en su proceso de creación, y se olvida de sí mismo y de su entorno como resultado de esa fiebre inspirativa, es lo que conduce a Platón a su rechazo por la poesía, pues los poetas al no decir cosas pensadas conscientemente no pueden ser valorados del mismo modo como se asumen las ideas de los filósofos, que al ser racionalizadas son por naturaleza bellas. Con esta opinión, Nietzsche piensa que la muerte del arte trágico se debió a la aparición del socratismo estético[12], cuyo representante en la literatura trágica es Eurípides, quien pretendió racionalizar la tragedia con la finalidad de hacerla bella[13].


7.- Nietzsche y los poetas
Hay, desde luego, según la percepción nietzschiana, poetas auténticos e inauténticos; o malos y buenos poetas. Los auténticos o buenos son como Homero o Arquíloco, Esquilo o Sófocles, quienes saben que “la metáfora no es una figura retórica, sino una imagen sucedánea que flota realmente ante él, en lugar de un concepto” [14]. Se pregunta luego cuál es la razón que justifica su decir. Y responde que Homero elabora descripciones más intuitivas que cualquier otro poeta. Precisamente por esa capacidad intuitiva el hombre común u otros poetas quedan imposibilitados para encontrarle sentido al fenómeno estético que origina la tragedia griega. Sin embargo, opina que el arte como fenómeno estético es más sencillo. Para él, el poeta auténtico debe “tener la capacidad de estar viendo constantemente un juego viviente y de vivir rodeado de continuo por muchedumbres de espíritus; para ser dramaturgo basta con sentir el impulso de transformarse a sí mismo y de hablar por boca de otros cuerpos y almas” [15].
En otras palabras, significa poseer el don de la inspiración. Pero tal don requiere una condición básica: vivir, saber vivir, y este “saber vivir” desde su enfoque no es lo biológico, lo sociohistórico materialmente constituido. Su idea de vivir se establece en relación con esas dos fuerzas instintivas del hombre: lo apolíneo y lo dionisiaco, cuya percepción nítida puede expresarse con la imagen del árbol que busca su altura, pero para lograrlo debe tener enterrada su raíz en la profundidad de la tierra. Cuando más alto llegue a ser, más introducirá su raíz en el abismo de la tierra. Otro modo de decirlo: lo apolíneo es solo posible mediante lo dionisiaco; ambos instintos aunque contrarios, expresan los dos rostros del hombre como artista: lo aparente y lo real; lo sádico y lo masoquista del carácter; lo moral o inmoral que se nos da; lo filósofo y lo poeta; la inteligencia y la sensibilidad. María Zambrano se acerca bastante a esta percepción nietzschiana del espíritu dionisiaco del poeta cuando escribe: El poeta se sintió expresado al expresar lo inefable en dos sentidos: inefable por cercano, por carnal, por inaccesible, por ser el sentido más allá de todo sentido, la razón última por encima de toda razón. Es el drama que humildemente ha conllevado todo poeta: unos entendiéndolo, otros, sin entenderlo [16].
Ambos instintos: lo dionisiaco y lo apolíneo embonan, también en esa dicotomía que antes expusimos sobre la poesía y la filosofía. El espíritu apolíneo del hombre que filosofa puede ubicarse en la propia filosofía por su carácter racional, ético, lógico, mesurado, estructurado según reglas universales y aceptadas por la sociedad; el espíritu dionisiaco es lo profundo del hombre, que no le nace de la razón sino de otro lugar que muchos piensan que es irracional y quizá también metafísico, y por eso lo han llamado poesía. Esta no es percibida por Nietzsche como algo construido por el cerebro del poeta y cristalizado en el poema. Para Nietzsche la poesía quiere ser “la no aderezada expresión de la verdad, y justo por ello tiene que arrojar de sí el mendaz atavío de aquella presunta realidad del hombre civilizado” [17]. Al respecto es importante presentar dos aclaraciones: una, cuando Nietzsche habla de que la poesía es “la no aderezada expresión de la verdad”, no entiende el concepto verdadero en su sentido de correspondencia entre el significado de una proposición y su relación con el hecho que enuncia, sino como “voluntad por pensar y decir lo que siempre es otra cosa que mero pensar y decir: el devenir del uno primordial en la individuación y el arrasamiento inmisericorde de esta en el ineludible retorno a lo indiferenciado” [18]. La segunda es que, a partir de dicho sentido, la poesía que se vive no es elaborada por un poeta incomparable; para él la realidad es también poesía, pero la percepción de la misma sólo es posible mediante el instinto dionisiaco que rige la creación y que se opone al mundo apolíneo de las bellas formas, que es el modo estético tradicional de conocer el mundo.
Desde esta perspectiva la poesía no puede aspirar exclusivamente a lo apolíneo ni en su forma ni en su contenido. Ella encierra también algo de lo cruel y de lo oscuro. A esto se refiere Nietzsche cuando afirma que los griegos “no sabían ofrecer a sus dioses un condimento más agradable para su felicidad que las alegrías de la crueldad” [19]. Tal fue la razón de las guerras troyanas, y otras atrocidades cometidas, revestidas como festividades a los dioses. Y como también a los poetas se les concebía con alguna naturaleza divina que los hacía diferentes a los demás, esos festivales estaban también dedicados a ellos. Así, podríamos con toda razón preguntar: ¿es posible derivar de esta percepción la idea de que toda creación poética sólo contiene poesía si, al mismo tiempo que abre una imagen festiva, evidencia también un horizonte sufrido; una pena que quema el corazón de los poetas? Porque, en efecto, en el poeta el sufrimiento es una constante. El poeta cree que vive no porque goza sino porque sufre. Su vida está configurada desde el marco de ese sufrimiento que su alma encierra; y para prueba está lo que su obra puede presentar si se analiza profundamente. Fiel retrato de eso que lo desgarra, aun cuando pudiera presentar algo festivo, es la obra de todo poeta. En La genealogía de la moral Nietzsche afirma que la felicidad del hombre consiste en ver sufrir a otro. Decíamos al principio de este ensayo que la poesía es dolor, y así es. Solo aquél a quien le duele algo es capaz de expresarlo poéticamente. Pero tal sufrir que pareciera una debilidad capaz de generar una profunda compasión por los poetas, tiene otro significado si se le aprecia desde la “lógica” de lo dionisiaco. El sufrimiento del poeta es su fortaleza, pues “los poetas carecen de pudor con respecto a sus vivencias: las explotan” [20] dice Nietzsche. Preñados por el espíritu dionisiaco los poetas viven su sórdida existencia despreocupados. Su gozo no es el sufrir, sino el escribir. La vida para ellos es el sueño de algo más primordial: la escritura, sin la cual la vida carece de sentido.


8.- La poesía como ancila de la música
Si bien Nietzsche define con claridad el contexto en que la poesía nace y se expresa, su percepción no rebasa la idea platónica que la considera subordinada a la filosofía y ajena e incapaz de ofrecernos una visión racional del ser. Ante la magnificencia de la filosofía la poesía se achica, porque no ha hecho otra cosa que presentarnos un remedo de tercera categoría de la idea primordial, dice Platón. Nietzsche no está tan lejos de esta percepción, aunque reconozca en la tragedia griega la altura suprema de su lírica. Toda vez que se había formado en la música y escrito El Nacimiento de la tragedia como una justificación a la arquitectura portentosa de la música wagneriana, era natural que subsumiera la poesía en la música, pero con eso el filósofo la convierte en ancila, del mismo modo que Platón respecto a la filosofía.
El fundamento argumentativo de esta percepción lo encontramos durante todo el recorrido de la obra señalada, el cual tiene a Schiller como centro de su reflexión. Para este poeta alemán, antes que la poesía se presente como imagen o evocación, siguiendo un orden o causalidad, en la mente del poeta ocurre un “estado de ánimo musical” [21]. Esto significa que para que haya poesía primero deviene el ritmo del poema. Así, el artista dionisiaco, el poeta, que se ha identificado en su proceso de creación con lo uno primordial, reproduce con todo su dolor y contradicción ese uno primordial pero en forma de música, antes que en poesía[22]. Sólo después que la música se hace visible, bajo el efecto apolíneo del sueño, la poesía se da en una imagen onírica simbólica; tal imagen no es puro resultado activo de la imaginación como su nombre indica o como pudiera pensar la estética moderna, sino la expresión consustancial de Dionisio que baila ante nosotros en un torbellino orgiástico.
Visto desde esa perspectiva no es la poesía la que es capaz de darnos una imagen dionisiaca del mundo, sino la música. Así, la poesía aparece como una imitación de las consonancias musicales. Dice al respecto Nietzsche: “La melodía genera de sí la poesía, y vuelve una y otra vez a generarla” [23]. Para fundamentar esto Nietzsche recurre al ejemplo de una colección de canciones populares, que antes que ser poesía, habían tenido como origen la música. Y reitera: “En la poesía de la canción popular vemos, pues, al lenguaje hacer un supremo esfuerzo de imitar la música: por ello con Arquíloco comienza un nuevo mundo de poesía, que en su fondo más íntimo contradice al mundo homérico. Con esto hemos señalado la única relación posible entre poesía y música, entre palabra y sonido: la palabra, la imagen, el concepto buscan una expresión análoga a la música y padecen ahora en sí la violencia de esta” [24]. De tal presupuesto son desprendibles dos corrientes en la filosofía del pueblo griego: a) la de que el lenguaje haya imitado el mundo de las apariencias e imágenes; y b) que dicho lenguaje haya imitado el mundo de la música. Esta última es la tesis a la cual Nietzsche se adscribe. Desde luego, por hacerlo deberá responder el siguiente planteamiento: si la poesía lírica es una imitación de la música en imágenes y conceptos, ¿cómo es que aparece la música en el espejo de las imágenes y de los conceptos? Su respuesta es escueta. Aparece como voluntad, pero no en el sentido de razón, sino de querer, de estado dionisiaco. Por eso afirma:“Para expresar en imágenes la apariencia de la música el lírico necesita todos los movimientos de la pasión, desde los susurros del cariño hasta los truenos de la demencia; empujado a hablar de la música como símbolo apolíneo, el lírico concibe la naturaleza entera, y a sí mismo dentro de ella, tan solo como eternamente volente, deseante, anhelante” [25]. Así, si la poesía requiere de la música para autorrealizarse, esta se expresa soberanamente, pues no requiere ni de imagen ni de conceptos para existir, aún cuando estos puedan permanecer a su lado. Por lo tanto, la poesía es subordinada en su proceso de manifestación lúdica. Asume prestado el lenguaje figurado y el ritmo como condición básica de su existir. No pasa de ser una mera repetición del mundo musical: “la poesía del lírico –dice Nietzsche- no puede expresar nada que no esté ya, con máxima generalidad y vigencia universal, en la música, la cual es la que ha forzado al lírico a emplear un lenguaje figurado” [26].

9.- Notas críticas al concepto nietzschiano de poesía
1
Aunque Nietzsche, 16 años después de haber aparecido El nacimiento de la tragedia, elaboró algunas notas autocríticas con relación a la importancia que le otorgó a la música alemana, al decir que esa música nada tenía que ver con el supuesto espíritu dionisiaco, y más aún, se preguntaba cómo podría ser dicha música, no apuntó nada con relación a la poesía. En ese sentido, es de suponer que siguió apegado a su tesis inicial: de que es en la música donde es posible que anide lo uno primordial y no en cualquier otro arte, y menos en la poesía.

2
De tal afirmación es desprendible esta consecuencia: la negación de la autonomía de lo poético respecto de la música. Al convertirse la poesía en imitadora de las consonancias musicales, le resta a la creación poética su capacidad expresiva y la conduce por el camino de la producción artesanal: bastaría con saber la técnica para poder crear, sin tropiezo, obras de alto valor artístico. Pero la poesía no se reduce a técnica, aunque ésta sea un medio necesario, del mismo modo que el ejecutante del piano no es la música; resulta necesario que conozca la técnica de ejecución de ese instrumento para producir la melodía. Así pasa con la poesía. El poeta inauténtico, digamos el no poeta, podría saber todas las técnicas posibles; pero si carece de espíritu creativo, no podría producir más que esperpentos de poesía que, los desconocedores podrían aplaudir, pero no los auténticos poetas. Y es que la poesía no es sólo ritmo, también es imagen; indestructible unidad de la palabra con el ritmo, la imagen, la idea, el sentimiento, para generar la emoción capaz de hacernos evocar algo olvidado. Y entonces, bajo la magia de su hechizo, recordamos, nos transportamos a un estado emotivo de tal naturaleza que sólo, tal vez, el enamoramiento sea capaz de igualar, o a lo mejor, ni eso.

3
Nietzsche, influido por la música wagneriana de su tiempo, propuso esa idea de subordinación tajante y del carácter imitativo de la poesía por la música. No tiene razón en ello por lo que ya se argumentó. Pero sí cuando dice que la música no requiere de mediación alguna para alcanzar la luz interior del mundo; en cambio, la poesía para alcanzar a su receptor requiere un largo camino de mediación: la palabra y el concepto. Tal afirmación es indiscutible en cuanto a comunicación: todos sabemos que el vulgo tiene desarrollado su instinto musical sin proponérselo. La música, así, es bienvenida en todos los hogares. Basta oír tocarse un instrumento para que sus consonancias nos impongan solaz esparcimiento y gusto por la pieza. En cuanto a sus medios expresivos, la música requiere del sonido y el tiempo, y por definición es arte de combinarlos bien. No pasa lo mismo con la poesía, cuya expresión a través del lenguaje, complica su entendimiento directo, o más bien, su sentir. A diferencia de la música un texto poético expresa pero no comunica directamente su sentimiento. La emoción contenida se tiene que buscar en eso que oído o leído configuran el otro mundo de la literatura: la realidad metamorfoseada: imagen, cadencia, sonoridad, penas abruptas, soledad inmarcesible, desgarramiento evidente, pluralidad de sentimientos encontrados puede ser el resultado de oír un verso, un poema, un libro poético. Pero para esto se requiere desarrollar la capacidad de comprensión de la emoción de la poesía. Sin esa condición, cualquier obra poética no pasaría de ser algo sin importancia. Y es que, la mayoría de los individuos, acostumbrados a pensar desde el esquema de la lógica, no logran entender lo que un texto contiene de emotivo, si no se presenta con la claridad del pensar. Pero la poesía, como supongo que tampoco la música, se rigen por procesos racionales, sino por procesos contrarios, donde la razón, como dice Zambrano sólo es empleada para captar los signos de lo que ante mí aparece escrito o sonoro.


Conclusiones
Igual que el hombre anda en la búsqueda incesante de su otra mitad, sin lograrlo jamás, la poesía parece presentar ese mismo carácter con la filosofía. Ambas se presentan como dos mundos diferentes, pero inseparables. Pues aquello que la poesía nos da, la filosofía no puede ofrecerlo. Y lo que ésta última dona, la poesía carece de don para que por sí misma nos lo otorgara. La una nace de la razón, de la pregunta originaria por el ser; la otra del sentir, del llanto, del dolor.
En su origen histórico ambas se separaron. Y fueron los filósofos los que, tajantemente han reiterado el divorcio, aunque haya otros que opinen la necesidad de su complemento. Platón fue uno de los adelantados de la separación: ancila de la filosofía propuso que fuera la poesía. Nietzsche, en el siglo XIX le dio su importancia en la elucidación del pensar trágico, pero la ubicó subordinada a la música.
En este ensayo el punto de vista apela, por una parte, al reconocimiento de la poesía como un arte cuya creación es posible por sí misma y que a sí misma se basta, que no es reducible a una técnica como pudo haber pensado Nietzsche al ubicarla como imitadora de la música; y por otra se decanta por la complementariedad de la filosofía y la música: existen quienes creen que poesía y filosofía tienen una frontera indiscernible, aunque resulte difícil pensar que la poesía carece de una filosofía o que esta no tenga algo de poético. Esta posición la comparten también autores como María Zambrano, que es una de esas pensadoras que pugnaron por juntar lo que otros habían separado.
Notas al pie.
[1] Publicado por vez primera en Cultura Democrática. Revista Diversa. No.11, Jalapa, Ver., mayo 2004.
[2] Platón, La república. Madrid, Edimat libros, 2000, p. 398.
[3] Dice María Zambrano a propósito de la poesía: “La poesía no puede, sin negarse a sí misma, partir a la búsqueda de una idea del ser, ni puede estabilizarse en la pregunta acerca de él; en una lucha más desnuda sólo hace uso de la razón para captar sus signos. Y al hacerlo así va encontrando y ofreciendo una especie de alfabeto en el que entran metáforas, y aun enunciaciones siempre alusivas, por mucho que declaren; indicaciones, parajes, islas y moradas. Una especie de odisea por el interior del alma, lugar mediador por excelencia, pues más que ser, ella transparente, hace con su continuo moverse que es razón, que las “cosas del ser” cobren la posible visibilidad y que se presienta su transparencia.” España, sueño y Verdad. Madrid, editorial Siruela, p. 144-145.
[4] Esto en el supuesto caso de que Cristo haya sido hijo de Dios, y que además históricamente haya existido.
[5] “La relación que el filosofo mantiene con la realidad de la existencia es la que el hombre sensible al arte mantiene con la realidad del sueño: la contempla con minuciosidad y con gusto: pues de esas imágenes saca él su interpretación de la vida; mediante esos sucesos se ejercita para la vida”, dice Nietzsche en El Nacimiento de la tragedia. Madrid, Alianza editorial, p. 43.
[6] F. Nietsche. Ibid, p. 180.
[7] Ibid, p. 181.
[8] La tragedia griega para Nietzsche es el despliegue supremo de la lírica. Ibid, p. 65.
[9] Ibid, p. 92.
[10] Ibid, p.93.
[11] Ibid, p. 118.
[12] Dice Nietzsche: “Sócrates era, pues, aquel segundo espectador que no comprendía la tragedia antigua y que, por ello, no la estimaba; aliado con él, Eurípides se atrevió a ser el heraldo de una nueva forma de él; entonces el socratismo estético es el principio asesino; y puesto que la lucha estaba dirigida contra lo dionisiaco del arte anterior, en Sócrates reconocemos el adversario de Dionisio”. El nacimiento de la tragedia, p. 118,119.
[13] Respecto de estos modos de encarar lo bello: unos como racional y otro como trágico, nos dice Crecenciano Grave: “Lo trágico está asociado con los sentimientos, con lo impulsivo, con lo sin razón de ser. Una dosis aunque sea mínima, de pensar lógico arruina el acontecimiento trágico. En la tragedia la lógica está como ausente...Por su parte, el pensar lógico se construye alrededor de una aspiración: desalojar de su interior toda nota anclada en los sentimientos e impulsos individuales para acceder así a una develación objetiva de la realidad. El pensar trágico. México, UNAM, 1998, p.17.
[14] Ibidem, p. 85.
[15] Ibidem, p. 86.
[16] María Zambrano. Poesía y Filosofía. México, F. C. E, 1992, p. 119.
[17] Nietzsche. ob.cit. p. 83.
[18] Crecenciano Grave. ob.cit. p. 17.
[19] F. Nietzsche. La genealogía de la moral. Madrid, Alianza editorial, 2001, p. 90.
[20] F. Nietzsche. Más allá del bien y del mal. Madrid, Altaya editorial, 1999, p. 117.
[21] F. Nietzsche. El nacimiento de la tragedia. Madrid, Alianza Editorial, p. 64.
[22] Ibidem, p. 65.
[23] Ibid., p. 71
[24] Idem
[25] Ibid., p. 73
[26] Ibid., p. 74