domingo, 26 de diciembre de 2010


AHORA SÉ
Samuel Pérez García

Ahora sé que esto ni importancia tiene.
Que mí reincidencia te obstruyó el paso de la luz.
Ahora sé que sólo fuiste un espejismo bajo el candente sol del trópico.
Ahora sé que al besarte buscaba asirme a un madero, cuya corriente llevaba a un lugar distinto.
Ahora sé después de tantos años, que tus besos nunca me pertenecieron.
Que tu boca no se resolvía junto a la mía.
Ahora sé lo que fui para tu vida: una persona ajena.
Alguien a quien mañana será difícil recordar con la lucidez que tienen las buenas memorias.
Ahora sé que "el amor como diluvio" no cumplió su cometido, sino todo lo contrario; en lugar de acercarme, terminó por alejarme de ti. Ahora sé que no formo parte de tu historia personal, de tus alientos, de tus sueños.
Ahora sé que tu soledad es distinta a la mía, que tus miedos y preocupaciones van por otro sendero.
Ahora sé que debo aguantar la inclemencia de un pasado que no debí revivir.
Ahora sé otra vez cuánto vale el olvido.



POEMA
Samuel Pérez García

Si este sol que me ilumina
Fueran tus ojos
Me quedaría mirándolos siempre
No importa que mañana
Ciego me quedara.
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El cuadro que ilustra estos dos textos corresponde al pintor acayuqueño Sixto Aparicio


CAÑÓN

Luis Chávez Fócil


Que vieras entre nubes hacer a tu mamá “streep tease” con una orquesta de tercera a sus espaldas, como arrinconada en una herida de la más profunda oscuridad y un saxofón –soplado por un borracho a intervalos- fuera la especie de marco musical arrabalero mientras que ella, displicente, comenzara a despojarse como margarita y sus olanes, sus brocados blancos, cayeran poco a poco; que se desplomaran no al camastro del hotel de paso sino como que se viene el mundo: a cada golpe del brassiere, medio fondo, ligas; arremangado su vestido encima de una mortecina lámpara y un ratón de la atarjea cruzara a toda prisa en tanto de nuevo el saxofón de mala muerte, ejecutara un halo de alcohol y puro vicio. Que tu mamá, con el índice como ganchito, iniciara a interpretar universal un llamado mientras su boca acomodara un ósculo al oxígeno y se doblara un tanto hacia adelante, sobre la mesa raída o encima de un cojo buró o de la cama del cuarto de a cincuenta pesos rato. Maravilla, como agujero en la atmósfera, como glúteo al aire en donde puedes observar que otras muchachas tienen los calzones rotos. Entonces tu mamá, que continuaría bailando como poseída, de pronto se quitara la última prenda, mínima por cierto, blanca por cierto, y la arrojara hacia tu rostro, impávido de ver cómo la desnudez de tu progenitora, esa hembra que te trajo al mundo, te causa un escozor de frío, un gato trémulo, un vidrio que te rasga el alma. Y entonces tú desobedeces, a la moralina del catecismo dominguero, a los mandamientos que en número de diez te han inculcado a fuego. Tu mamá está que arde, viene, llega peligrosamente, se acerca despaciosa. Ah qué pubis de negrura, qué celaje de cielo bajísimo, de penetrar el misterio, tocar la pulpa del hambre, saciar el agua cuando en eso sientes cómo tu mamá coloca un beso en tu frente y sale de puntitas, jovencito, que sabes has humedecido otra vez las sábanas.
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Escritor tabasqueño.
El cuadro que ilustra es de Sixto Aparicio, pintor acayuqueño.

jueves, 9 de diciembre de 2010

AUTORES DEL MUNDO

POEMINIMOS DE ANTONIO PORCHIA.

Aunque así parezcan, los textos que aquí presentamos no son fáciles de concebir al primer plumazo. Hay en ellos una concepción filosófica sobre nuestra propia realidad. Los invitamos a admirarlos e intentar descifrar no sólo su encanto que ocasiona la brevedad, sino ese sino lo profundo que hay en ellos. (Samuel Pérez García)

Antonio Porchia .


1

A veces
De noche
Enciendo una luz
Para no ver


2

Dios le ha dado mucho al hombre
Pero el hombre quisiera algo del hombre.


3

Si se mira siempre una cosa
No es posible verla.

4

Comencé mi comedia
Siendo yo su único actor
Y la termino
Siendo yo su único espectador.

5

Nadie es luz de sí mismo: ni el sol.

6

Me hicieron de cien años
Algunos minutos que se quedaron conmigo
No cien años.



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Antonio Porchia (1886-1968) es un poeta italiano, que residió desde su adolescencia en Buenos Aires, Argentina. Los poemas que aquí se presentan fueron extraídos del ensayo que de su obra hace Miguel Espejo en Senderos del viento, México, Universidad Autónoma de Puebla, 1985. La numeración de los textos son arbitrarios.

CRONICA DE UNA CIUDAD DESPIERTA.

DE JOB Y OTRAS VERSIONES
Ariel Lemarroy

(Para Gaby, si me permite)

“El hombre nacido de mujer vive corto tiempo
y lleno de miserias brota como una flor y se marchita,
huye como sombra y no subsiste. ( Job 14:1-2)




Allá va.
Como sacado del enigma edípico, apoyado en tres pies.
Un par de ellos, hinchados. Color ladrillo. Recubierto por una cáscara formada por el polvo de todos los caminos.
Sobre su lomo…el fardo de cartón. Cajas que alguna vez fueron de huevo, de cerveza, de alimentos en lata. Leo “sony betamax” sobre una de las tapas.
De eso nunca probó sino la clara transparencia. Y en silencio. Sin amigos. Sin botana ninguna. Pero sin ansias de llegar a ninguna parte que no fuera ese lugar donde le compran por kilo los desechos: cobre, latas, cartón, vidrio, periódicos, aunque por algo a él ( no sé porqué, pero le dicen el Mirinda) no le interesan más que los cartones…y el papel.
Allá vá…como un oscuro eslabón de esa cadena cíclica producto del consumo. Quien sabe si la caja de corn flanes que le pesa en la espalda no vaya a reciclar en una enciclopedia, o el cartón de caguama en libros de poesía, o el humedecido fardo de periódicos en rollos de papel sanitario.
Y quién jura que la caja de klinex no se transformará en novela de García Márquez, o el cartón de sabritas en novela de Moya Palencia, Díaz Serrano u otros polvos enamorados, ahora que esas tenemos.
Se detiene a beber en una esquina; mientras desliza por su lengua pastosa el contenido de la botella oscura, inseparable de sí, lo miro, mientras espero eternamente un taxi que no llega y pienso –no lo puedo evitar-en Martin Gardner y su idea de que “uno puede imaginar un hipopótamo trasformándose por grados imperceptibles en una violeta, pero como lo planteó Charles Forth en una ocasión: ¿Quién enviaría a una dama un ramo de hipopótamos?”.
Y el Mirinda voltea, como sintiendo molesta la mirada, como diciéndonos: ¿Y a donde iremos a meter tanta basura? Y la que nos falta.
Porque invirtiendo las cosas, uno se pregunta en qué irán a convertir los novelones-basura, los churros del cine nacional, las telenovelas, mis versos de adolescencia ( y de aldultez), los discursos, los rollos, las promesas de amor, las dietas, las novelas de la China Mendoza, la Tigresa, el Rayo de Jalisco y los enanitos verdes, Juan Gabriel, Miguel Bosé y la orquesta de Señoritas…
Porque las sociedades ( cito a William Rathje, un antropólogo de la Universidad de Arizona, quien pone como ejemplo a los mayas), tiran basura en el periodo clásico y la recogen en la decadencia.
Por mi parte, espero no vivir tanto tiempo.
Líbrame ¡oh Dios! de que la próxima generación me vea cruzar la calle con todo el peso de la modernidad quebrándome el cansado espinazo. O lo que quede de mí.
Así sea.

sábado, 4 de diciembre de 2010


PRÓLOGO.
Pensar la poesía es una tarea lo mismo ardua que infrecuente. Samuel Pérez García en este libro se dedica con herramientas de angustia y pasión a pensar la poesía. Lo hace naturalmente partiendo de la poesía misma y de la realidad personal y social en que están inmersos sus hacedores: los poetas. La indagación del autor incide en la condición social del ser poeta y en la naturaleza misma del oficio y su finalidad diversa y unitaria como expresión de un mundo bello, terrible y exacerbadamente humano, concentrado en la singularidad individual expresa por la originalidad de la creación y, en consecuencia, del creador. No opone estas dos realidades porque son una en términos de realidad real. Busca la síntesis tras la máscara o frente a lo sombrío de lo aparente, porque el verso como el pensamiento siempre desemboca y se manifiesta en una sorpresiva y poderosa línea de síntesis. Tampoco es pura ingenuidad originaria en la raíz contradictoria de su pensamiento la pretensión de fundir poesía y recepción popular como fuentes que mutuamente se suministren aguas de pureza sucia. El analista sabe que “no se es hoy para dejar de ser mañana según la conveniencia, aunque se pueda. Estamos siendo a cada instante y este es nuestro infierno: vivir el escándalo de la vida, sin poderlo regir; hacer y ser parte de ese escándalo es nuestro natural modo de ser poeta.”. Por eso añade: “No hay más fines en este siglo que comienza.” Más allá del proselitismo paradójico y casi programático de esta última línea, Samuel Pérez García aspira a un mundo consciente de ser mundo por alimentarse de la canción del mundo que cantan los poetas, por lo humano esencial compartido y retroalimentario de quien es su fuente: el pueblo, para decirlo políticamente; o para decirlo más ancho que el mar en su cuenco terrestre y el vuelo de la gaviota negra en el viento primal, la humanidad, el clan, la tribu.
Leer este libro es un buen ejercicio de humildad frente a la poesía. O.G.