jueves, 24 de octubre de 2013
LOS POETAS SOMOS COMO LAS BAILARINAS
Samuel Pérez García
Éstas para sobrevivir, no dudan en desnudarse y dejar que otros ojos las
admiren o las denigren. Cuando lo hacen, van aventando sus prendas, en espera
de que los hombres las atrapen para que
él sea quien se las ponga. Los hombres las admiran; las esposas las desprecian.
Los poetas, para vivir, van como en cámara lenta, aventando sus penas sin
el menor pudor. Pero no venden su cuerpo, aunque sí, el alma, porque cada poema
lleva algo de ellos que se descubre, si se sabe leer eso que el poema tiene. Y al
igual que las bailarinas, también son admirados, pero también denigrados. Unos
los quieren, pero otros los desprecian.
Contrario a las bailarinas, los poetas se mueren de hambre, porque los
poemas no tienen el precio que posee un cuerpo joven y escultural. Incluso,
aunque el poeta fuera femenino.
Así, pues, en el mercado vale más una bailarina que un poeta.
Este desequilibrio mercadotécnico se da, porque para la mayoría de la
población, la poesía no existe. Acostumbrados a sentir y pensar cuadradamente, la
gente prefiere alimento para el cuerpo, y no para el alma. La mercancía de los
poetas es etérea, goce intelectual, ánimo para el corazón de los hombres y
mujeres que saben apreciarla.
Las bailarinas, antes de bailar para la concurrencia, entran al escenario
con ropajes que le cubren todo el cuerpo. Al ritmo de la música, se irán
despojando de ellos, hasta quedarse sin ninguna prenda. El chiste de su baile
no es la música ni el ritmo que le imprima, sino el cuerpo desnudo que hará
suspirar a la clientela.
Los poetas, casi proceden igual. Pero tienen su diferencia. Antes de subir
al escenario escriben un libro, y al ritmo de la propia euforia que genera su
egolatría, da lectura a sus poemas. Simbólicamente, cada poema es la ropa que
se va quitando y que el poeta avienta al respetable. Al proceder así, se
emparente con la bailarina. Cada poema es una prenda que el poeta se despoja.
Pero mientras que la bailarina muestra a la clientela su sexualidad a toda
asta; el poeta muestra su sensibilidad hasta decir basta. Pero ahí donde
aquella engancha el aplauso y los billetes, el poeta encuentra muchos
menosprecios.
Debido a estos últimos, el poeta teme a que lo tilden de loco. Por eso nunca
arma su fiesta solo. Siempre se busca dos o tres padrinos, es decir, sus
presentadores. Con ellos se llena de valor y acepta dar a conocer públicamente
su trabajo. Cuando eso sucede, el poeta sabe si ha pasado la primera prueba.
Que generalmente siempre ocurre bien. El se cuida que al evento solo llegue su
familia y sus amigos. Eso hace una diferencia enorme entre la bailarina y el
poeta: aquella, a los que menos invita es a los amigos, porque éstos siempre
buscan el cachuchazo, y ella lo que quiere es clientela que la arrope.
No obstante, pese al menosprecio generalizado del poeta. Éste se cree un ser distinto. Lo cree porque usa un
lenguaje propio a la cofradía de locos a la cual pertenece. A través de ese
lenguaje, crea emociones que son como un toloache para los enamorados, o
aquellos que sufren una pena profunda.
La bailarina no tiene ese lenguaje, pero sí el que su cuerpo despide. Ese
es su veneno. Frente a la pasión intelectual que el poeta genera en el alma;
ellas son una veta de pasión sensual que vende al mejor postor. La pasión de
ellas encandila al más reacio. La emoción que el poeta genera difícilmente
podría conseguir los pesos que ella en
una noche conquista.
Por eso, ser poeta es lo más triste que hay en la vida. Las niñas cuando lo
son, admiran a las bailarinas, pero no a los poetas. Y si a uno se le ocurre
decirle a su padre, que de grande le gustaría ser poeta, el papá se queda
zombi. Uno tiene el derecho de formarse en cualquier profesión u oficio, pero
nunca de poeta, salvo que quiera morirse de hambre y mostrar sus penas al
mundo, igual como las bailarinas del table dance o como yo haré en esta noche.
Y la verdad, sinceramente, para eso de
la poesía hay que tener mucho valor. Pues no es fácil mostrar las penas al
mundo. En cambio, la
bailarina muestra su pubis al mundo sin presentar rubor.
Y si me lo permite, me voy al Caballo Blanco o al de Lola, no por la poesía, sino por la bailarina que he de encontrarme ahí.
Y si me lo permite, me voy al Caballo Blanco o al de Lola, no por la poesía, sino por la bailarina que he de encontrarme ahí.
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