martes, 24 de noviembre de 2009


DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS
Samuel Pérez García


En esta novela Gabriel García Márquez narra la historia de amor entre el sacerdote Cayetano Delaura y Sierva María, hija del Marqués de Casalduero, quien fue mordida por un perro rabioso, y depositada por su padre en el Convento de Santa Clara, para efecto de ser exorcizada del demonio que se había introducido en su alma a causa de la mordedura, según era la creencia religiosa en aquellos tiempos medioevales.
Para ese trabajo de exorcismo se había asignado el padre Cayetano Delaura, hombre de confianza del Obispo de la Diócesis de esa región, don Toribio de Cáceres y Virtudes, de quien se decía que tenía a Delaura a su lado por ser hijo suyo, o por lo menos amante.
Cayetano Delaura antes de ir a su encomienda tiene un sueño que fue como una premonición de lo que iba a ocurrirle a sus treinta seis años: una niña “estaba sentada frente a la ventana de un campo nevado, arrancando y comiéndose una por una las uvas de un racimo que tenía en el regazo. Cada uva que arrancaba retoñaba en seguida en el racimo. En el sueño era evidente que la niña llevaba muchos años frente a aquella ventana infinita tratando de terminar el racimo, y que no tenía prisa, porque sabía que en la última uva estaba la muerte.”
Un sueño similar le sucedió a Sierva María cuando Delaura ya había ganado su confianza. Cuando se lo contó, el sacerdote sintió que su relación tenía signos imprevisibles y que como un remolino lo conducía a las profundidades.
Sabedor que su amor por ella era un pecado, Delaura se autoinflinge un severo castigo bajo el pretexto de que el propio demonio de la niña se le había metido a su cuerpo. Pero al obispo no pudo mentirle y le contó la verdad de su pena. Por esa razón, aquel lo separa de la encomienda y le asigna la curación de los leprosos en otro hospital. En pláticas con los enfermos, el párroco enamorado se entera de un túnel por el cual se puede entrar al convento donde está la niña. Una noche vence los obstáculos para llegar hasta ella y mediante la argucia de llevarle dulces, gana su aceptación. Regresa todas las noches hasta que una de ellas le declara su amor. La niña no le cree. Pero para probar que le decía la verdad, le hace comer una cucaracha viva.
Lo interesante de esta novela es que el amor que refleja Delaura por la niña no es un amor estridente y carnal, sino uno que refleja distintos niveles y grados. Para esto, Gabriel García Márquez, le pide auxilio a Garcilazo de la Vega, y mediante Los poemas del español, Delaura enseña a leer y a querer a la niña producto de su amor. No hay en el texto una imagen que demuestre la furia sensual de una niña y un hombre maduro, sino apenas los atisbos de besos y abrazos, que aparecen como señal de que entre ambos otros sentimientos florecían. Este amor, como aquel de Memoria de mis putas tristes, esta envuelto en un halo de pureza, aunque también exhibe las profundidades ignotas del espíritu humano, sea hombre común o sacerdote como Delaura. Así, La niña, que antes había opuesto todas las resistencias posibles ante el asedio, primero por exorcidio y luego de amor, sucumbe ante el cariño demostrado por el párroco. Una noche de esas ella reclama huir con su enamorado de la prisión e irse a una comunidad de esclavos negros para vivir la plenitud de la dicha que los poseía. Pero el ánimo de Delaura no estaba para esos trotes y desiste de la idea. El creía más bien que ella saliera con bien, y al salir permiso a la Iglesia para regresar a la vida civil y luego casarse con el permiso del padre de la niña.
Por eso cuando Sierva María propuso la huída él se negó, sin saber que sería la última vez que se verían, pues esa misma noche, una presa contigua al de la niña, huyó del convento por el mismo túnel que Delaura usaba para sus visitas furtivas. Ane el suceso Sierva María fue acusada de cómplice, investigaron por donde había sucedido la fuga y encontraron abierta la puerta del túnel, la cual tapiaron, con la consecuencia de que el proceso de exorcidio se aceleró: el propio obispo de la diócesis retomó la tarea, pues al que había nombrado para sustituir a Delaura, días antes había fenecido de manera súbita.
Sin saber lo que había ocurrido, el sacerdote enamorado quiere entrar a la siguiente noche, pero ya no pudo. Al otro día entró al convento por la puerta de acceso, confiado de que no lo verían por el poder de la oración. Pero no pudo ver a Sierva María porque a esta la habían cambiado de celda. Buscándola estaba cuando fue sorprendido por las monjas y sometido a la autoridad del santo oficio, donde fue acusado de herejía, no si antes causar disturbios y controversias al interior de la Iglesia. Fue regresado al hospital de leprosos y ahí vivió su condena, sin contraer la lepra y sin saber lo que le había pasado a Sierva María desde esa última vez en que aquella le había propuesto huir para compartir el amor que ambos se habían declarado auxiliándose de los poemas de Garcilaso de la Vega.
Sierva María, en cambio, se había cansado de esperarlo. A los tres días de haberla cambiado de celda dejó de comer en una explosión de rebeldía que agravó los indicios de la supuesta posesión endemoniada. Debido a eso y por lo hechos que había ocurrido en su vida, fue sometido a los ejercicios de tortura con más energía. A sierva María le había rapado la larga cabellera y su estado se volvió tan crítico, que hubo reclamos para que los exorcismos se aplacaran. Pero el obispo ni así se compadeció.
La niña nunca supo porqué Cayetano Delaura nunca regresó con su cesto de dulces y ese amor que le prodigaba; en medio de esa nostalgia y el sufrimiento ante los ataques físicos que sufría su cuerpo, un día de mayo volvió a soñar con la ventana de un campo nevado, donde Cayetano Delaura no estaba ni volvería a estar nunca. Comía las uvas con más ganas y rapidez para que estas no le ganaran. Por eso, “la guardiana que entró para prepararla para la próxima sesión de exorcismo, la encontró muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida.”
Esta es otra novela donde el autor colombiano muestra la agilidad de su pluma, aunque también una constante que no lo abandona, incluso en su última obra: memoria de mis putas tristes, cuyo tema también es el amor entre un anciano de noventa años con una niña de catorce. Esta última obra, como ya afirmamos en otra entrega, iba a ser filmada en la ciudad de Puebla, pero fue prohibida por el gobernador de ese Estado, dado las quejas de que el libro y la película promovían la pederastia. Desde esta perspectiva similar, si alguien quisiera convertir en película Del amor y otros demonios, tendría un mismo destino: negarse a ser difundida mediante el cine por ser una apología a la pederastia, y más todavía: un infundio sin razón contra la investidura sacerdotal, pues ¿cómo está eso de que un sacerdote intelectual, amante de la poesía, fiel seguidor de Cristo pueda sentir amor carnal por una niña como Sierva María?
Pero la historia así esta contada. Un amor que resulta imposible (¿?) en la realidad, es posible en la literatura. O al revés. Pero esto se logra porque quien lo cuenta es diestro en ese menester. Y aunque se diga que esto atenta a las buenas costumbres, lo que queda es leer la obra y disfrutarla, antes que mirar en ella un atentado a la moral o a las costumbres sociales.

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