jueves, 31 de diciembre de 2009


DE DUENDES Y CHANEQUES EN ACAYUCAN

Germán Rodríguez Filigrana.
(1933-2009)

En 1890 era un niño, pero ya cuando adulto, fue muy conocido don Jacinto Fonseca, quien nos contaba que en su época infantil, jugaba con Pánfilo Vergara y otros vecinos suyos en lo que hoy es la calle cinco de mayo, en esa parte donde dicha calle formaba esquina con Moctezuma.
En ese lugar jugaban al encantado. Eran varios amiguitos que corrían a lo largo y ancho de las calles, ya que había muy pocas casas. Esto era normal todos los días. Como a las siete de la noche llegaban dos niños desnudos que pedían jugar, y desde luego, eran aceptados de inmediato. Así transcurrían las horas, lo raro es que los conocidos por más que corriéramos no se dejaban agarrar, a “esos niños desnudos jamás podíamos agarrarlos”, decía don Jacinto. Y aún más: “cuando ya íbamos a terminar el juego, bien entrada la noche, casi se dejaban agarrar, pero a punto de hacerlo, los niños desaparecían como por encanto.
Esto lo platicó varias veces don Jacinto a su sobrino don Eligio Fonseca Vázquez – y mi tío decía que estos niños eran chaneques – me contó.
Don Eligio me seguía platicando, que cuando estuvo en la escuela “Guadalupe Victoria”, en la época cuando Acayucan todavía era cantonal, por el año de 1915, se corrió el rumor en todo el pueblo de que en el legendario Temoyo, tradicional lugares de manantiales dentro de lo que hoy es la ciudad de Acayucan, aparecían chaneques y chanecas.
–Así se decía y se afirmaba con insistencia. Hasta que un día invité a varios niños a ver si veíamos o oíamos algo, y nos fuimos a Temoyo. Ahí había una casita abandonada, era un jacal en donde nos dijeron que estos misteriosos personajes aparecían; en el camino de la escuela a ese sitio de leyendas, el grupo de niños íbamos echando relajo, pero ya cuando estábamos frente a la casita encantada, todos guardamos silencio, las niñas de otra escuela que se nos unieron para esta aventura, no querían entrar, pero todos armándonos de valor penetramos lenta y sigilosamente, eran como a las dos de la tarde de ese día. Ahí estábamos todos en silencio; habían pasado como cinco minutos por lo que yo pensé que todo era mentira lo que se decía de la casa, pero de pronto –Zas, Zas, Zas, nos empezaron a llover los “molcatazos”, que provenían de arriba de un tapanco que había en el jacalito. Y todos dijimos “patas pa cuando son”, salimos huyendo despavoridos, jurando no volver a Temoyo a desafiar a los chaneques.
Así me lo contó don Eligio, y por si usted no lo sabe, mi estimado lector, un molcatazo es un golpe dado con un molcate o sea, con una pequeña mazorca, según el lenguaje de la región.
Los Chaneques son personajes de la mitología olmeca y se creía que eran seres muy pequeños, protectores de las milpas y otros sembradíos. Al parecer son los mismos que el pueblo en los últimos años ha llamado duendes.
En Acayucan se ha hablado mucho de los chaneques en su versión femenina o sea de las chanecas que cuidan los montes y “encantaban” sobre todo a los hombres a quienes hacían perder los caminos rumbo a las milpas o en su retorno al pueblo.
Volviendo con los míticos chaneques en nuestra ciudad también se ha hablado mucho de los duendes desde la década de los veinte para acá, como seres pequeños que cuidan las casas abandonadas donde habitan y juegan en los patios de las mismas. Algunas personas dicen que hasta en las casas donde hay familias han escuchado extraños ruidos, risas infantiles y se los atribuyen los duendes.
Así platicando en estos días de diciembre de 1996 con el popular Raúl Matus me dijo lo siguiente:
“Cuando yo era niño jugaba mucho en el patio de la casa de doña Rudecinda Salomón, que estaba ubicada donde hoy está la casa de huéspedes San José, en la calle Guerrero, ahí entraba yo a robarme las frutas, ya que había muchas naranjas, guayas, limón dulce y jicacos, chicozapotes y otras. Un día penetré hasta el fondo del patio y me dirigí hasta donde estaba el palo de mango chongolongo, pero de pronto vi a unos niños desnudos que andaban jugando debajo del árbol y uno de ellos estaba saboreando un mango bien maduro, yo me escondí detrás de unas matas de plátano pa’que no me vieran, pero como demoraban mucho, dije chinguen a su madre, aunque estén ahí yo voy a comer mangos maduros, y pa’su mecha, cuando llegué debajo del palo de mango chongolongo, no había nadie, pensé que los chingaos chamacos se habían encaramado al árbol, me fijé arriba de todas las ramas y brazos del mango y nada, no estaban y “huye conejo” vine a parar a mi casa y mi mamá me roció un buche de agua pa’que se me quitara el susto. Y me dijo: ¡ya ves, eso te pasa por andar robando mangos¡ Te asustaron los duendes, así finalizó su relato del famoso “manos de oro”, Raúl Matus Cordero.
Algunas personas dicen que los chaneques o duendes son pequeños, alegres y risueños, que inclusive, se confunden con los niños cuando juegan sobre todo en comunidades rurales. En la ciudad se ha dicho que habitan en casas abandonadas


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