martes, 1 de marzo de 2011

CULTURA DE VERACRUZ: EPITOME DE LA LITERATURA QUE SE PRODUCE EN NUESTRO ESTADO.

Samuel Pérez García.
Difundir la cultura en cualquier ciudad de Veracruz es una tarea ardua y mal pagada, no sólo en lo económico sino en lo cultural. Quien se atreve a realizar dicha tarea pronto se le observa como espécimen singular, cuyo atributo es dejar el anonimato para convertirse en el centro de todos los mortales ojos, que no miran con altura y visión  lo que hace, sino acaso con lástima, porque de antemano saben que esa labor no redituará al autor las ganancias que produce la venta de celulares o computadoras, hechas éstas, eso sí, bajo estrategia de mercado, para que duren a lo sumo dos años, so pena de tener que cambiarla porque pende la amenaza de quedar desactualizado.
Desde esa perspectiva el destino de las revistas culturales independientes es nebulosa por las mañanas, medio claro al mediodía, y cuando parece que el solo alumbrará intensamente, llega una lluvia inesperada y el ciclo vuelve a repetirse: nubarrones, chubascos, y polvaredas son las etapas que vive el editor de una revista cuyo propósito sea la cultura por la cultura misma; no el lucro y los grandes tirajes; no los grandes lectores sino aquellos tímidos que aparecen por el predio literario de la ciudad de origen; acaso tal vez, otros más que lleguen a asomarse por la magia de la web, pero no más lejos de los lectores que pululan en torno a quien sea el editor responsable.
Esto vale para Cultura de Veracruz y para cualquier otra especie de esta naturaleza, que confiadamente, haya nacido con el sueño de ser luz en la oscuridad de la cultura jalapeña, norteña o sureña.  Se esté o no en la “meca de la cultura”, si se trata de revista cuyo propósito sea la cultura literaria, musical o pictórica, su suerte es incierta y fugaz: nace una vez para morir después al otro día, al mes o al año. Anda a dos patas para luego romperse una sola y postrarse  para mirar el horizonte, otra vez borrascoso. Y si aguanta un poco más, es decir, que no se aburra de la lástima que recibe, de la indiferencia que llega como el viento frío que baja del cofre de Perote, del olvido del erario que lo huele como bicho por que causa raquiña y del cual se debe huir, entonces a lo mejor siga a duras penas en esa tarea, regular a veces, irregular otras; abierta o clandestina algunas más, de seguir publicando a viejos y jóvenes valores que por causa íntima, y por lo tanto, para sosegar el alma, abrazaron a la literatura con cercanía amorosa. Y no se deja vencer, a pesar de la mirada esquiva de quienes teniendo el cofre lleno para ayudar a que el proyecto sobresalga, le cierran las puertas porque en sus páginas no caben los colores patrios ni azulgrana o amarilloso de los partidos, quienes llegan al gobierno y se constituyen en  usufructuarios del poder público por seis años, y en cuyo proyecto de vida están todos los colores y todas la religiones, incluso el arte posible y el imposible, pero bajo la condición de que al lado de ese escritor famoso, de ese músico estatal laureado, del pintor reconocido, haya la oportunidad de fotografiarse junto al creador, para decirle al respetable público, que el gobierno abraza el destino del arte y de los artistas. Pero si no es así, entonces no se puede. Y en lugar de ofrecer ese espacio y apoyo financiero para los artistas y escritores con el fin de que sigan manteniendo ese hálito a favor de la cultura, ellos prefieren abrirse a los periodiquillos, pasquineros y chayoteros de cuatrocientos o el millón mensuales, con el fin de que estos publiquen día con día las tareas que el egregio gobierno desarrolla en beneficio de la sociedad.
Pero no a las revistas culturales, no a las literarias o musicales o poéticas o del carácter que sea. Sí, en cambio, a los diarios refriteros, a los embozados del chayote pequeño y mayor, a los merolicos de radio barbaridades, pues ellos sí llegan al pueblo y convencen. Para que se callen o para que le bajen a sus miradas escrupulosas, “dales la dádiva, el pequeño mordizco al presupuesto”-dicen los ecos del Palacio de Gobierno. Preferibles gastar que escuchar sus críticas feroces contra las instituciones. Y ahí miras al gobierno gastando más en prensa y propaganda o en carnavales, que en medios que difundan la cultura sin otro fin que la cultura misma.
En este contexto veracruzano, pero más jalapeño que de ningún lugar, es que las revistar culturales nacen y mueren sin que haya quien escriba la historia de su génesis y muerte, porque muchas han nacido, aparecido unas dos o tres veces al año, y después al velorio necesario. Sin presupuesto propio, sin apoyo oficial, sin lectores que amamanten el ánimo de la existencia, el nacimiento y desarrollo de una revista de este carácter, queda a la mano de Dios y de la enjundia, voluntad e inteligencia de quien lo dirija. Así es como ha venido superando los obstáculos en su vida editorial, la revista Cultura de Veracruz, que hasta hoy dirige el escritor Raúl Hernández Viveros, quien pese a ese escaso apoyo financiero que lo ha distinguido de su nacimiento, continúa todavía manteniendo la voz, dándole espacio a los jóvenes y viejos escritores  y a los lectores que, por amistad o por valía propia, se han acercado a sus páginas para encontrar un canal de expresión autonómico.
A falta de un espacio mejor en el Estado, Cultura de Veracruz, sigue andando sin lamentarse de su propia independencia. Suerte la suya de vivir en la “meca de la cultura” y que no haya quien le tienda la mano para seguir siendo baluarte de la expresión artística de muchos profesionales de la palabra escrita, que aquí han encontrado un espacio propicio para trazar camino, y que con sus producciones, han ido forjando lectores que todavía siguen la simiente sembrada hace unos diez años.
Frente a los gigantes que gozan del presupuesto público, tal y como son la Universidad Veracruzana, el Instituto Veracruzano de la Cultura, la Secretaría de Educación Pública, y la propia editora del gobierno, Cultura de Veracruz se mantiene enhiesta todavía con el carácter que le da su autonomía cultural y económica: ser expresión original de los transfondos de la literatura veracruzana que se empezó a escribir hace una década y cuyos ecos sonoros se repiten en cada calle y callejón jalapeño, a través de los productos de quienes colaboran con ella y ejercen su derecho a expresar de lo que creen y piensan.
Celebro que en esta nueva aparición, con nuevo formato y diseño, Cultura de Veracruz siga siendo por muchos años más, epítome de la cultura que se escribe en Veracruz, no la oficialista, pero sí la alternativa.

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