lunes, 12 de marzo de 2012

LAS VIVENCIAS DEL TEMOR A LA MUERTE



José González Galvez

Leer la propuesta de un poeta, conlleva a dos condiciones enteramente opuestas, sin lugar a dudas son las dos caras de la moneda. ¿Águila o sol? Y la suerte esta echada al viento.

Sin embargo, en esta ocasión el autor, Samuel Pérez García nos ha tendido una trampa, porque su penúltimo poemario LA SAL DE LA VIDA, no es una moneda, sino un dado cargado, de esos que ya tienen la apuesta ganada. Desde la portada de su libro, juega simbólicamente con una pintura del francés Henry Matisse, donde vemos el cuerpo semidesnudo de una mujer acostada en una cama y a su lado, en una ventana abierta otra mujer, ésta vestida, que esta detenida en un balcón, ¿que miran ambas mujeres? Eso no importa, porque el verdadero juego son los cinco colores primarios que están en la impresión: rojo, verde, amarillo, azul y rosado. Y cinco son los capítulos de este poemario, que pueden ser parte de los círculos de Dante, o los escalones de la Torre de Babel. Todo depende del estado de ánimo del lector que irremediablemente caerá en el cubículo asignado.

El autor nos previene en la presentación de su poemario, que LA SAL DE LA VIDA posee un doble significado, y regreso a la imagen de la portada, las dos mujeres que ahí están, una duerme y la otra esta despierta; es el sueño y la vigilia, la salud y la enfermedad, el día y la noche.

De los poemarios anteriores que tengo del autor: “Autorretratos para una desolación”, “Del viento el mar y los recuerdos” y “Bandera en el Corazón”, encuentro estos textos más depurados, más centralizados del ser y del estar pisando terreno firme. En la quinta parte del poemario titulada “El oscuro palacio de la edad”, el autor camina por una senda escabrosa, que algunos llaman los años, es la desesperanza total, el aislamiento intelectual, las arrugas físicas y espirituales. En su último poema escrito en prosa hace un recuento de los que ya se marcharon a otra dimensión, y de las mujeres que amó y que ya no lo aman más, y de ellas sólo queda el recuerdo. Ahora se siente extraviado en las calles del puerto, en su bocana, en sus callejones o a la orilla del río.

Escribe el autor: “Cierro la puerta de la vida, muero cada día.” Y yo cierro las páginas del poemario y lo dejo reposar a buen recaudo, porque más allá del amor y el desamor, vuela una pequeña luciérnaga que es inmortal.







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