José Luis Ortega Vidal
I
La prisa, signo equívoco de los actuales tiempos, suele otorgar un espacio
poco suficiente a la reflexión. A veces, incluso, la prisa es el elemento
culposo de que las reflexiones se escondan en el rincón laberíntico de algún
librero usado ha mucho tiempo y finalmente vuelto un adorno de la memoria, un
homenaje inútil de algún encuentro fugaz con el quehacer intelectual o de un
deseo marchito por vivir de lo que se piensa por pensar de lo que se vive, por
escribir de lo que se piensa y se vive, por vivir para pensar y escribir, por
vivir porque se piensa y se vive.
El cogito ergo sum, pues, vuelto ejercicio cotidiano en la cada vez más
absurda y confusa sociedad capitalista de nuestro crepuscular siglo XX.
II
Pensé lo anterior luego de cerrar un libro de Julio Torri y vivir la
frustración de no haber encontrado allí, una feliz definición sobre el olvido.
Habilidoso creador en el arte del aforismo, Torri seguramente hubiera sido
un excelente poeta si los Hai Kus se hubiesen atravesado en su camino, o si
Efráin Huerta le hubiese obsequiado alguno de sus célebres poemínimos. Pensador
prolífico, generoso por breve, ateneísta de la juventud de los primeros días,
los convulsos días del principio de siglo en México, Torri nos dejó diversas
definiciones válidas para todo momento y circunstancia. Por ejemplo, en su obra
De fusilamientos y otras narraciones,
nos descubre a propósito del tema de la literatura.
"El novelista en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una
hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No
conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y
misteriosos, no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio
romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son
los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer y poblaba en esos
instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y
empavorecedores".
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se
le antojó el abordaje, y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al
descubrir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero
escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales,
y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural".
III
Y es que acudir al rincón laberíntico de un librero olvidado por la
cotidianeidad, con el afán de buscar el apoyo de otros pensadores para pensar o
repensar alguna obra creativa, no es cosa fácil en los actuales tiempos de la
prisa, vuelta sistema vigente de vida.
Convulsa realidad ésta, poco dada a la reflexión. Y por supuesto, convulsa
realidad ésta, poco dada también a la creación.
Quien sabe por qué, pero en la sociedad de fin de siglo, por lo menos en la
sociedad inmediata que nos rodea, cada vez más los creadores se convierten en
el Gregorio Samsa de Franz Kafka.
No me refiero, desde luego, al sentido existencial del personaje principal
en La Metamorfosis
Ni me refiero a su profundo sentido de cuestionamiento sobre el orden
social que todo lo vuelve basura, deshecho que nos acorrala y termina por
devorarnos, por metamorfosearnos, por convertirnos en un escarabajo que
concluye en el peor destino a que puede arribar un ser al que se ha modificado
de tal manera la de ser asumido como tal, es decir la condición de ser visto
por sus congéneres como un escarabajo, es decir, la condición de ver eliminada
y devorada su propia naturaleza, al grado de no tener más camino que la muerte
para poder continuar presente en este mundo.
Creo que Franz Kafka, en su obra, en buena medida se refiere justamente al
olvido. Gregorio Samsa no muere cuando se vuelve en escarabajo. Gregorio Samsa
muere cuando es olvidado por quienes lo rodean, por quienes eliminan así su
condición humana y lo condenan primero a asumirse como un estricto escarabajo,
y luego lo orillan a la muerte, le exigen la muerte para poder olvidarlo.
A este hombre kafkian, la sociedad lo vuelve escarabajo, y luego la
sociedad lo olvida como ser humano, y luego esa misma sociedad, le exige que
muera para terminar de olvidarlo, ya no como humano, sino como escarabajo.
Es más, para recordarlo como ser humano, le exigen la muerte. Es espantoso.
Es una muerte espantosa. Es un olvido abominable. Y a eso me refería yo cuando
atendía líneas atrás la obra maestra del escritor alemán, su obra, en cierto
sentido es un coraje contra el olvido.
Es una invitación a no olvidar.
Y me refería a ello a partir de que en la sociedad actual, tan de prisa,
tan dada a la no reflexión, los creadores, los reflexionadores, son especímenes
raros como el Gregorio Samsa que se convierte en escarabajo, aunque para
nuestra fortuna, desde luego que los pocos hombres creadores, los pocos hombres
reflexionadores sobre las condiciones de los hombres, los pocos poetas que nos
sobreviven, representan justamente la antítesis de la circunstancia kafkiana,
son dadores de vida, son generadores de conciencia.
Los poetas nos permiten llegar al estado de alerta.
Los poetas nos escriben las crónicas para que algún día nos acordemos.
¿Qué pensar entonces de un momento como el actual?
¿Qué decir de un feliz encuentro como éste, provocado por un hombre creador
como Samuel Pérez García?
Lo único que se me ocurre es ofrecer un agradecimiento a quien ha osado
sacarnos del marasmo de nuestra poco reflexiva cotidianeidad y nos ha provocado
no sólo a pensar, sino a recordar, a evocar, a sentir, a palpitar y lo más
importante a encontrarnos alrededor de 27 narraciones y una advertencia, seis
poemas y una dedicatoria que conforman su última obra literaria, surgida y
llamada así Antes del olvido.
Qué generoso éste, del poeta.
Uno no puede decir menos que gracias cuando se le provoca a pensar. Cuando
se le invita a no olvidar.
Desde mi particular opinión, sólo por este sentido provocativo, nada más
por esta tarea de homenaje a la memoria, la obra literaria que no ha traído a
este recinto cultural, ha cumplido ya su cometido de toda obra artística:
aportar elementos para que los hombres seamos mejores hombres.
Por lo que hace al sentido literario, la obra me ha parecido un catálogo
notable de breves narraciones, en las que el lector puede sostener un feliz
encuentro con el ejercicio epistolar, lo mismo que con el quehacer cuentístico
y desde luego con la tarea periodística.
Cómo distinguir una carta de una crónica, como saber si se está ante un
cuento y no ante una confesión personal que pretende convertirse en un ejemplo,
con el afán de no olvidar.
Ciertamente resulta difícil el objetivo, cuando las fronteras entre las
estructuras de una y otra escritura son muy fáciles de saltar y cuando el
autor, de entrada, nos ha advertido que abordemos el trabajo bajo una
limitante: la de evitar su entendimiento como una confesión personal.
No soy yo, dice el autor, quien está ahí.
En todo caso, se aprecia, son mis ideas.
Al respecto, difiero, aunque termino en un intento por entender al
escritor.
Me queda la impresión de que este libro, Antes del olvido, es un libro sumamente personal y en ese sentido
sí es a Samuel Pérez García a quien conocemos al leerlo.
Asimismo, lo he leído en una sentada y me parece que es un libro con un
buen número de aciertos entre los que sobresale el hilo conductor de la
vivencia transmitida, con un notable agilidad que de pronto, en algunos
momentos, hace difícil distinguir dónde está la ficción y dónde está la
realidad, aunque en ocasiones, también la distinción es particularmente obvia.
Debo decir también, que en mi opinión el libro tiene algunos defectos y no
me refiero a la una u otra travesura que los duendes editoriales lanzaron en
algunas páginas, sino al hecho de haber mezclado temas tan disímiles y
escabrosos cuya ligereza de pronto los coloca ente el riesgo panfletario.
Me refiero al amor y la política.
Quien haya leído a Milan Kundera y su Insoportable levedad del ser, tal vez
esté de cuerdo en que las fórmulas donde se mezclan amores carnales y desamores
políticos, o viceversa, corren a menudo ese riesgo, el de acabar no siendo un
acercamiento serio al amor, y al mismo tiempo, acabar no siendo un acercamiento
serio a la circunstancia social.
Desde luego que el quehacer artístico es infinito y en ese sentido no se
pueden marcar límites de ninguna naturaleza.
Creo sin embargo, que algunos caminos dentro de ese quehacer son
particularmente difíciles y cuando se les aborda se corren riesgos.
Aquí, en el libro que nos ocupa, creo que se corrió ese riesgo y si bien en
términos generales se sacó avante el intento, en algún momento el lector, al
menos por lo que a mí toca, se queda con la sensación de que el camino no era
por ahí.
Cuando hablé de los géneros que uno puede encontrar en esta obra, omití a
propósito la inclusión del género poético.
Hay, ya lo cité en un inicio, seis poemas incluidos en la obra. Son breves
todos, alguno hasta se antoja incompleto. Los versos no obstante, son claros,
diáfanos, contundentes. A mí no me cabe la menor duda: Samuel Pérez García es
poeta. Y además, un buen poeta. Tanto que el poeta le gana al narrador. En la
poesía no se aprecia el más mínimo riesgo de absolutamente nada. Eso que uno
lee ahí es poesía y ya. La buena o mala poesía dícese por ahí, no existe. Hay
poesía o no hay poesía. Y aquí la hay.
Hay que decir, además, que el encuentro con la poesía, en diversos momentos
opera como un final feliz de una historia amorosa y en otros momentos es una
adecuado descanso para las partes de mayor espesura del trabajo en su conjunto.
A título particular, puedo decir que en mi opinión el quehacer artístico
cumple distintas funciones y todas ellas son de igual importancia. Una de ellas
la constituye el goce. Básicamente el goce estético. Goce que no necesariamente
se tiene que dar a través de lo bello. A veces, incluso, el goce viene del
divertimento. Simple y llanamente del divertimento.
Antes del olvido. Crónica para que
un día nos acordemos, me
parece que en este sentido, es una obra que tiene un nuevo acierto. Es una obra
que se goza. Yo, al menos, la gocé y a partir de ello, creo que debo un nuevo
agradecimiento al autor. Hacia un tiempo que no gozaba leyendo un buen libro.
Enhorabuena.
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