lunes, 7 de septiembre de 2009

LORQUÍSIMA

El autor reside en Coatzacoalcos, Veracruz. Practica la enseñanza en la Universidad Pedagògica Nacional y se dice amoroso de la literatura y las mujeres.


Samuel Pérez García



Desde su ventana oyó los gritos de la luna. Redonda de luz, sola en el firmamento.
La luna gira en el cielo
Sobre las tierras sin agua
Mientras el verano siembra
Rumores de tigre y llama.
Es de Lorca, recordó. Siguiendo algún consejo desconocido, pasó su mano sobre lo que durante mucho tiempo había olvidado. Mientras miraba a la luna quieta y lumínica, vio pasar una fugaz centella. Cerró los ojos, pidió un deseo. Volvió sobre su mano al mismo lugar y se deshizo los pudores, las prohibiciones, las viejas moralinas de la abuela.
Oyó a lo lejos:
En el aire conmovido
Mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura
Sus senos de duro estaño.
Ella en la cama recoge sueños, mece su cuerpo de marimba, se defiende de los fantasmas creados por las sombras de la luna. De tacto en tacto sobre los recuerdos, le fue llegando un cosquilleo de llovizna, algo como un rocío madrugador sobre las hojas, y se relajó completamente.
Un carámbano de luna
La sostiene sobre el agua
La noche se puso íntima
Como una pequeña plaza.
Siguió con los ojos cerrados. No quiso verle el vellocino amarillo, ni oír su llamado desde la ventana. Se quedó tendida sobre la cama, con los cabellos revueltos y el astro que la deslumbraba.
Abandonada a la ensoñación y el deseo producido por mirarla, pensó en el tiempo perdido, acartonado; en la moral puritana aprendida durante todos esos años que moldearon sus gestos, la actitud, sus modos de pensar que la convirtieron en niña mimada, decente, burguesita intocable, incapaz de... ¡ Puta madre! –pensó. Fue cuando abrió los ojos y miró que
La media luna soñaba
Un éxtasis de cigüeñas.
Estaba a punto de olvidarse de su cuerpo tibio entre las sábanas, cuando oyó al trovador debajo de su ventana:
Niña deja que levante
Tu vestido para verte
Abre en mis dedos antiguos
La rosa azul de tu vientre.
Todo está lorquísimo – dijo. Y siguió arrancándole rosas a su tibio vientre, esa noche que la luna llegó preciosa y parecía que cantaba como un trovador con la jarana bajo la ventana.

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